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Ricard Vilaregut: "Antes, el presupuesto de inversiones del ayuntamiento lo decidían 30 personas. Ahora lo deciden 8.000"

Nadie tiene la varita mágica para acelerar la cultura de la participación. Pero se pueden extraer conocimientos muy valiosos de las personas que viven los procesos participativos desde dentro: técnicos, representantes de asociaciones, expertos, académicos y ciudadanía no organizada. Hoy iniciamos una serie de conversaciones sobre participación para recabar algunos datos de la mano de los expertos en los nuevos procesos de democracia mediada por la tecnología.

Por lo general, es difícil conseguir más de un 1% de participación ciudadana en procesos de presupuestos participativos. Sin embargo el Ayuntamiento de Badalona alcanzó más de un 4% en su último proceso sobre el Plan de Inversión Municipal. Hoy hablamos con Ricard Vilartegut, Doctor en Ciencia Política y asesor del consistorio catalán en este y otros procesos participativos.

¿Qué diferencias hay entre los procesos de participación que se hacían antes (en los 80, 90) y los que se están haciendo ahora? No me refiero sólo a la tecnológica, también en cuanto a filosofía, métodos y alcance.

Ricard Vilaregut: Las diferencias fundamentales son dos. En primer lugar, hay un avance importante en conocimiento de la metodología. Hace unos 15 años empiezan los presupuestos participativos de Porto Alegre. Y a partir de ahí la participación se pone en la agenda política global.

En segundo lugar: en general, los políticos más proclives a la participación han entendido que incorporar a la ciudadanía en los procesos de decisión colectiva puede, por un lado legitimar la democracia representativa, por otro legitimar tu acción de gobierno y sobre todo puede ayudar a resolver posibles conflictos.

Por ejemplo, tenemos una parcela en la que está una fábrica que ya ha dejado de funcionar. Y en esta parcela se tiene que hacer algo público. Al alcalde en cuestión le sale más a cuenta poner hacer un proceso participativo sobre este espacio público: Que la gente decida poner allí, si poner un supermercado, una plaza pública, una guardería… Someterlo a validación le sale más a cuenta que decidir él mismo qué poner ahí y arriesgarse a un conflicto posterior.

A partir de la crisis económica y de valores que hemos tenido, desde 2008 hasta ahora esta posibilidad aumenta. Ya sabemos que las demandas de la ciudadanía en forma de presión de rendimiento de cuentas o de querer más incidencia ya está encima de la mesa; ya está aquí. No es una percepción, es una realidad. Por tanto entramos en una segunda fase de participación más avanzada a partir de ahora.

¿Qué lecciones podemos aprender de la participación tradicional y aplicarlas a nuevos procesos de participación apoyada en la tecnología?

RV: Para mí la clave es tener en cuenta las esferas políticas. La representativa, en la cual están los partidos políticos, el gobierno, el pleno… Aquello que está legitimado legalmente, la democracia representativa en su esplendor.

La segunda esfera es la esfera deliberativa, en la cual intervienen los actores políticos, los grupos de presión, los movimientos sociales, las ONGs… Es la esfera clásica que envuelve a la democracia representativa; el 1% o 2% de ciudadanía organizada que siempre ha tenido voluntad de participar, de incidir.

Estas dos esferas son las clásicas. Son las que han estado conectadas constantemente a lo largo de estos 35 años de democracia. En dinámicas, normalmente o bien territoriales o bien de oposición.

La nueva esfera es la esfera ciudadana no organizada, en la cual, efectivamente, la herramienta más importante que tenemos es la tecnología. En este momento que estamos es muy importante que las dos esferas trabajen deliberativamente sobre aquellos temas sujetos a votación, pero finalmente quien decide es la ciudadanía.

Tenemos un pastel y hay unos comensales. ¿Cual es la forma más justa de repartirse el pastel? Pues que uno corte el pastel y que otro escoja el corte. La persona que corta el pastel sabrá que tiene que ser muy justo; tendrá que cortar a mitades iguales porque el que escoge es el otro. Esta metáfora nos explica muy bien la idea de que la parte política representativa y la parte deliberativa tienen que ser muy conscientes de que tienen que ser muy justos, muy del interés común porque finalmente decidirá el ciudadano no organizado a través de un proceso tecnológico. Creo que esta fórmula es muy interesante porque garantiza un equilibrio entre las dos partes.

¿Cómo podemos reducir los sesgos? ¿Cómo atajamos las brechas generacionales, tecnológicas y socioeconómicas?

RV: A nivel metodológico este es el reto que tenemos que ir trabajando con ensayo-error. No hay más. En Badalona votó un 4,8% del censo que es bastante gente comparada con otras experiencias; muy poca en relación a lo que queríamos hacer. A nivel discursivo, si nos dicen “Ese 4% es poca gente”, decimos: sí, pero el presupuesto de inversiones del ayuntamiento hasta ahora lo decidían como máximo 30 personas como mucho: Es decir, el pleno. Ahora lo deciden 8.000 personas.

La idea es que estas decisiones que antes las decidían sólo 30 personas ahora las deciden a diferentes niveles mucha más gente.

Nosotros hicimos campaña en los colegios, pusimos ordenadores y técnicos en cada asociación de vecinos y de gente mayor. Todos tuvieron una tarde en la cual se hizo una explicación del presupuesto y lo demás. Y un ordenador para la gente que quisiera votar.

Conseguimos reducir la brecha entre las 8.000 personas que decidieron. Sí, votó más gente de 30 a 45 años pero el porcentaje de jóvenes y gente mayor era muy parecido. La representatividad de muestra fue súper buena.

Se tiende a pensar que participar es sinónimo de votar. Pero muchas veces se olvida que además de la democracia representativa y la democracia directa está la democracia deliberativa. ¿Hace falta más deliberación en los procesos participativos? ¿Estamos confundiendo participar con decidir?

RV: Para mi el objetivo general de la parte política y la parte deliberativa es uno sólo: Incorporar al máximo de gente posible de la ciudadanía no organizada al interés común. El objetivo es que el máximo de gente entienda que es fundamental que no se desentienda de lo común, de lo público.

Por eso, las votaciones, los presupuestos participativos… son instrumentos sustantivos pero son instrumentos vinculados a un objetivo: el fortalecimiento de la democracia en general, que la gente sepa que lo común, que lo público, es de todos. Y por tanto, si no haces política te la hacen. Ese es el objetivo final.

Hablemos de la legislación colaborativa. Según el artículo 133 de la Ley 39/2015 se debe consultar a los ciudadanos –a través del portal web de la Administración competente– antes de elaborar una nueva norma con rango de Ley o reglamento. ¿Cómo crees que se debe afrontar este nuevo reto de ampliación del espacio democrático?

RV: Aquí sí creo que es muy importante la tecnología. Que estos textos tan farragosos se abran a la web para que la gente pueda decidir o acordar cosas sobre este tema. Pero no lo enmarcaría en un proceso participativo. Lo que no podemos hacer es tener a la gente constantemente pendiente y vinculada a todo aquello que se haga en la institución. Creo que es muy importante la parte deliberativa. Yo entiendo que en la democracia no sólo está la institución sino que es un proceso mucho más amplio.

La participación y la vinculación a los asuntos públicos no pasa solamente por aquello que genera la institución democrática. Pasa por muchos otros ámbitos. Un ejemplo claro es que todos participen en las Asociaciones de Madres y Padres.

Tenemos que ver qué hacemos y qué no hacemos. Todo tiene que estar online, pero procesos participativos yo los veo muy claros en temas de inversiones, de presupuesto ordinario (aunque sea limitado lo que podemos hacer) y en grandes proyectos estratégicos. Y en grandes proyectos sectoriales vinculados a temas urbanísticos… Temas importantes. Aquí yo sí apostaría por hacer procesos deliberativos y online, combinar las metodologías.



Apr 19, 2017
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